Ser escritor no significa ser corrector

Hay escritores, hay correctores, hay escritores que son correctores, y hay correctores que, además, escriben. Aclarado esto, vamos al lío.
La semana pasada, leyendo la newsletter de L.M. Mateo ―¿o debería decir la pataleta?― me iba enfadando tanto como ella frase tras frase. No me resultó nada difícil empatizar porque tenía, tiene, toda la razón del mundo mundial y más allá.
¿Cómo no empatizar si sé lo que se siente cuando ves una y otra vez que tu trabajo es infravalorado y ninguneado? Ya te mostré mi propia pataleta en mi artículo Eres escritor, no profesor.
El tema es exactamente el mismo: hay gente que cree que ciertos trabajos son tan fáciles que los puede hacer cualquiera. Por ejemplo, ¿cuántas veces has oído que escribir un libro es fácil porque, total, sólo es escribir? Pues eso.
Mejor no le digo a LM que la semana pasada me encontré un artículo que hablaba de los diferentes trabajos que puede hacer un escritor. No era un blog de escritores, todo hay que decirlo. Entre los habituales ―escritor fantasma, copywritter, etc― estaba el de corrector. Es decir, el autor de ese artículo asumía que los escritores, por el mero hecho de serlo, estamos capacitados para corregir textos ajenos.
Es bonito que alguien piense que todos los escritores somos personas que escribimos con una gramática impoluta y con un dominio absoluto de la puntuación, entre otras cosas. Es bonito, sí. Me da que ese alguien no ha visto ningún manuscrito finalizado.
Prescindir de correctores
Voy a decir algo que mucha gente cree que no sabe: desde hace años, empresas como periódicos, revistas, programas de televisión y editoriales han prescindido de la mayoría de sus correctores. Es fácil saberlo porque vemos más y más memes en internet resaltando los errores que aparecen casi a diario.
Esto es como todo. El trabajo más invisible es el primero en ser despedido. Lo que ocurre es que el trabajo más invisible suele ser el más visible cuando nadie lo hace porque es, qué casualidad, el más necesario. Al menos, uno de los más necesarios. Como la música de las películas que, si no está, se nota mucho.
Y los autopublicados van por ese camino. Eso de creer que un autopublicado (aclaro: un escritor que no es corrector) tiene que hacerlo todo, incluso autocorregirse, es un error que se ve reflejado en un libro de mala calidad. No siempre, claro, aunque la mayoría de las veces. Esa creencia, en realidad, significa «no tengo pasta, pero voy a publicar sí o sí y cuanto antes».
Lo peor es que las editoriales, ¡las editoriales!, prescinden de los correctores o les pagan una miseria. Eso sí, al autor se lo cobran igual, que no suben el 10% que le dan por libro.
Primero, entendamos cómo funciona el cerebro
Aparte de alimento de zombies, el cerebro tiene otras funciones y una manera un tanto enrevesada de aprender y facilitarnos la vida. En el caso de la escritura y la corrección, nos la dificulta un poquillo. Por eso, escritores y correctores son complementarios.
Cuando escribimos una novelette, por hablar de textos no muy extensos, conocemos cada frase, sobre todo después de revisarlas varias veces. Nuestro cerebro interioriza no sólo lo que contamos, sino cómo lo contamos y cree que nos facilita la lectura obviando los errores en las revisiones.
Es decir, leemos un párrafo en el que hay una repetición y no nos damos cuenta, o hemos puesto una G en lugar de una J y no lo vemos. Por eso, leer en voz alta es muy importante para una revisión de estilo. Nos obliga a fijarnos más en lo que hemos escrito, en cada palabra, en la puntuación. Otra cosa es que no sepamos puntuar diálogos (no, no me refiero a puntuar del 1 al 10), o que hayamos convertido a las comas en una leyenda urbana que hay que evitar.
Es tan fácil que se nos pasen algunos errores ―no todos, por suerte―, que incluso las correctoras entregan sus textos a otras correctoras para que los corrijan. Hay excepciones, siempre las hay, pero lo normal es buscar a alguien que vea nuestra novelette por primera vez porque su cerebro no está contaminado; los errores le van a saltar a los ojos exigiendo visibilidad.
Los lectores beta son lectores, no correctores
Los lectores beta leerán tu obra y darán su opinión. Sí, vale, te pueden decir si hay errores que dificultan la lectura, si se te ha escapado un acento o un signo de interrogación. Cosillas. Lo que no van a hacer es corregir tu texto.
Les entregas tu manuscrito y te devuelven una opinión, no un manuscrito corregido. Si tu novelette está llena de faltas de todo tipo, es posible que dejen de leer y te escriban diciendo que debes corregirlo, pero que debes corregirlo tú todo lo que puedas antes de volver a enviárselo.
Una cosa es señalar una errata; otra muy diferente es corregir todo el texto. Los lectores beta no corrigen. Si tú no te has molestado en pulir tu texto, ellos podrían no molestarse en leerlo. Respeta la labor gratuita que van a hacer, facilita su lectura y no pidas más de lo que deben dar.
Tener una colección de comentarios de lectores beta no significa que no necesites correctores. Una corrección profesional la necesitas siempre, y esa corrección va después de los lectores beta. Una cosa no quita la otra. No uses a los beta como excusa para no pagar por una buena corrección.
Los correctores no son lectores beta
Es el caso contrario al anterior. Lo comento porque he leído opiniones tipo «paso de los lectores beta, prefiero un corrector profesional». Ya, bueno, verás, es que ni son lo mismo ni hacen el mismo trabajo, como te acabo de explicar.
No esperes que un corrector te diga si tu personaje es creíble, si la historia es buena, si tienes algún cliché, si los cliffhangers están donde tienen que estar. Es decir, no va a hacer un informe de lectura porque, para eso, pagas a un lector profesional. Puede coincidir que tu corrector sea, además, ese lector, pero tendrás que pagar aparte por algo así.
Para entendernos, un corrector puede ser un lector beta si se ofrece como lector beta, pero no te va a corregir el manuscrito gratis desde su posición de lector beta. En ocasiones, el corrector es también lector profesional y maquetador, pero cada uno de esos trabajos se paga aparte.
Necesitamos correctores profesionales
Sí, necesitamos correctores profesionales. No te fíes de quienes te ofrecen duros a cuatro pesetas. No te fíes de ti mismo revisando tu novelette. No te fíes de quien dice ser corrector y tiene errores importantes en un comentario de cuatro líneas.
Recurre a los profesionales. Puedes elegir a alguien con mucha experiencia y puedes elegir a alguien que empieza para darle una oportunidad. Si no puedes pagar a un corrector, invierte tiempo en aprender.
Enlaces en este artículo:
El blog Delirios y Palabras – L.M. Mateo
Eres escritor, no profesor – Isabel Veiga López

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2 Comentarios
Alain
Totalmente de acuerdo. Y dicho esto, he de reconocer que soy el primero en pecar de novato, ya que he corregido yo mismo mi primer libro (con ayuda de otro par de ojos, muy bonitos, sí, pero no profesionales). Y sé que hay erratillas por aquí y por allí, pero espero que no muchas ni muy gordas… Aunque a toro pasado he echado cuentas (monetarias, no de erratas), y no sé si hubiera podido permitirme una corrección profesional en este caso, dado que el libro me ha salido de 450 páginas y la friolera de 137000 palabras… En fin, a ver si el próximo es más finito y aprendo de los errores, que si algo es un primer libro es una escuela estupenda. De lo que hay que hacer y de lo que no 🙂
ta3isabel@gmail.com
El precio de la corrección es uno de los motivos por los que recomiendo escribir novelettes y novelas cortas. Si las erratas no dificultan la lectura, si no entorpecen el significado de las frases y si no son abundantes, se pueden perdonar. Eso sí, ahora ya sabes qué hacer la próxima vez. Es verdad que los principios son para aprender. 😉