Hoy no quiero vivir de escribir

Hoy no quiero vivir de escribir

Hubo un tiempo en el que me dedicaba a escribir sólo por placer, sin más pretensiones que pasar el rato vaciando mi cabeza de ideas varias. Eso de «hubo un tiempo» significa «desde muy pequeña hasta el año 2007».

Soy de la generación EGB, así que usaba papel y boli, pero también máquina de escribir, aunque no lo recuerdo bien. Lo que no olvido es que mi último ex me regaló una eléctrica porque, por aquel entonces ―aún en el siglo XX―, yo no sólo escribía relatos, sino que daba clases particulares y preparaba todos los ejercicios a mano. Se lo recordaré la próxima vez que hable con él porque, por suerte, nos llevamos muy bien.

Tuve temporadas de no escribir, supongo que como todo ―o casi todo― el mundo. Aunque he crecido en un entorno lector y con los estantes llenos de libros, no era un entorno escritor.

Mi afición por la escritura era algo mío, que no compartía, por lo que no di a nadie la oportunidad de ayudarme.

Escribía un diario y las historias que la poca experiencia de vida me iba regalando. ¿Podría decir que era escritura terapéutica? Pues sí, podría decirlo. De mi infancia, conservo los diarios y un texto, uno sólo. Ojalá alguien me hubiese aconsejado que guardase todos.

Después, bueno, la vida de adulto con sus obligaciones y esas cosas. Como la escritura era para mí una afición sin metas, no me importó aparcarla. Nunca, ni una sola vez, se me ocurrió que en un futuro sería viable vivir de escribir. Nunca. Era una afición, no un medio de vida. Ay, cuánto tiempo perdido.

¿Qué pasó en el 2007?

Lo que debería haber pasado años atrás. Algo muy pequeño, muy simple, muy efectivo.

Aunque de niña y adolescente no pedía a nadie que leyese mis relatos ―no por timidez, sino porque no me parecía algo importante que mereciese ser compartido―, de adulta sí que compartí alguno.

Ese año, después de mucho tiempo sin escribir y hablando de escritura con un amigo, Pedro, leyó un antiguo relato mío. Le gustó y dijo que yo debía seguir escribiendo, que escribía bien. Como siempre, agradecí sus halagos, pero no me los creí. Al día siguiente, vino a casa para entregarme usuario y contraseña de un blog.

―Toma, es tu blog, para que escribas. Cambia la contraseña.

Yo jamás había pensado en mi escritura como algo público, sino como un «me apetece escribir, pues escribo; no necesito escribir, pues no escribo». De pronto, tenía un blog y no sabía qué hacer con él.

 ―Habla de tu trabajo ―me dijo Pedro, y le hice caso.

Me propuse escribir dos artículos semanales a pesar de que Pedro, desde su experiencia bloguera, me dijo que iba a ser mucho. Funcionó durante un tiempo hasta que mi situación laboral cambió y tuve dos trabajos. Si quieres conocer el mundo de los teleoperadores desde dentro, mis rutas moteras y otras cosas, puedes acceder al blog desde aquí.

Quise vivir de escribir

Tener el blog cambió mi percepción sobre la escritura. Pasé de «escribo cuando me apetece, sin rendir cuentas a nadie» a «tengo que escribir el artículo para el blog». Por primera vez, experimenté lo que era escribir por obligación, aunque fuese una diminuta obligación autoimpuesta. Me gustó y fui a por más. Fue en esa época cuando empecé a dar forma a la remota idea de que vivir de escribir podría ser posible. Sí, ése fue el comienzo.

Debo decir que tener un trabajo que no elegí por gusto sino por dinero, y que no me motivaba en absoluto porque no había posibilidad de mejora, alimentaba mis ganas de quedarme en mi casa haciendo algo que realmente me apetecía hacer.

Como tenía la energía y la motivación laboral para buscar otras salidas, me embarqué en un par de pequeños negocios que monté con mi marido, por probar. No fueron mal, la verdad. Si no hubiese sido porque él encontró otro trabajo y tuvo menos tiempo, creo que habríamos llegado lejos. Repito, tenía la energía y la motivación.

A partir de ahí, sin prisa pero sin pausa, me fui marcando retos para aprender, mejorar y profesionalizarme. Me publicaron un microrrelato en un libro, me uní al foro de literatura, empecé a escribir una novela, seguí escribiendo artículos para el blog y envié un libro de relatos a una editorial. Pedro consiguió lo que quería: que yo no dejase de escribir.

Nos despidieron de Atento (la empresa de telemarketing en la que trabajaba) y pude dedicar más tiempo a las dos cosas que me gustaban. Mi cabeza se dividía a partes iguales entre preparar clases y escribir. La pasión por lo que hacía, también.

Si la escritura se la agradezco a Pedro, la enseñanza se la agradezco a María. Si no fuese por ella, yo no habría conseguido ese trabajo y no estaría hoy en día trabajando en un colegio.

Conozco la realidad y me lanzo a por ella

En aquella época de descubrimiento de la escritura como meta hacia algo profesional -no sólo como una afición privada-, yo estaba bastante ocupada, o eso creía.

Mientras me refugiaba en mis excusas de «no me queda tiempo para escribir», que no eran ciertas, leí una entrevista que le hicieron a Ángeles Caso. Me abrió los ojos a la realidad de ser escritor escritora. En este caso, ese matiz de género es muy importante y no me vale usar el neutro.

En esa entrevista, Ángeles contaba cómo tenía que aprovechar los momentos para escribir, por muy ocupada que estuviese. Los escritores -los hombres- tenían su espacio y su tiempo, pero ella, como mujer, no disponía de esa isla de silencio y combinaba escritura con bebé y lavadoras. El mensaje, al menos el que yo recibí, era que escribía sí o sí, aunque tuviese que hacer varias cosas a la vez.

Me di cuenta de que mi problema no era la falta de tiempo, sino no tener claros mis objetivos y no tener ni idea de lo que significaba ser escritora. Así que me informé, todavía soñando con vivir de escribir. Quería saberlo todo. La información es poder: poder tomar decisiones basadas en la realidad y en todos los escenarios posibles. ¿Cómo podía saber si realmente quería esa vida si mi información estaba sesgada? Necesitaba conocer ese mundo desde dentro.

Durante los siguientes años, seguí escribiendo y aprendiendo con la idea de poder quedarme en mi casa haciendo algo que me gustaba.

Hoy no quiero vivir de escribir

Y mientras aprendía, mi vida continuaba.

Desde entonces, ha habido cambios muy importantes que me han hecho replantearme muchas cosas. He conseguido unas metas, he desechado otras, he cambiado alguna. Lo normal.

Ahora que ya tengo toda la información que necesitaba, mi situación personal y laboral no es la misma. Tampoco yo soy la misma y, por lo tanto, no quiero lo que quería hace años. Mis prioridades han cambiado. Mi nivel de energía ha descendido mucho.

Sigo trabajando en la enseñanza y sigo escribiendo. Me he profesionalizado y me he especializado -en ambos casos- en la parte que más me gusta. Sí, me he profesionalizado y sigo trabajando para ser escritora profesional. Sin embargo, hoy ya no quiero vivir sólo de escribir, por diferentes motivos. Ser profesional no es lo mismo que vivir de ello.

Cada uno sabe su vida y sus circunstancias. Ya no me dan envidia las personas que dicen «vivo de la escritura» porque sé lo que eso significa y porque me da mucha pereza. Y, sí, la pandemia con su confinamiento ha reforzado mi decisión de «virgencita, que me quede como estoy».

Cuando digo «hoy», me refiero a esta etapa de mi vida, ahora. Puede que mañana cambie de opinión porque mi situación sea diferente, no lo descarto, y por eso no bajo el ritmo. Es sólo que, hoy por hoy, lo de vivir de escribir es un «plan B».

¿Te has perdido algún enlace? Aquí te los dejo todos.

Vivir de escribir: mito o realidad – Isabel Veiga López

Sin miedo a la vida (microrrelato) – Isabel Veiga López


Isabel Veiga López

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Dos libros (Volver a entender, A Friend of Dorothy Again), dos marcapáginas, en la arena, al lado de una estrella de mar.

10 Comentarios

    • Isabel Veiga López

      Vaya, muchas gracias, no sabes la alegría que me da que alguien se identifique con algo así. Lo he escrito porque pensaba que era un bicho raro por tomar la decisión de seguir escribiendo, pero sin que sea por un sueldo. Saludos.

  • Iramesoj

    Interesante historia biográfica, y qué gran favor te hizo Pedro. Gracias por compartir el blog antiguo.

    Me alegro de ver una entrada tuya nueva. Hacía ya mucho.

    Mucha suerte con tu proyecto de vida como escritora.

    • Isabel Veiga López

      He hecho parón estival 😀 A partir de ahora, volveré a estar cada semana en sus pantallas 😉

      Gracias, por comentar. Sí, ese regalo que me hizo Pedro fue algo pequeño, pero muy decisivo. No fue sólo por el blog, sino por sus palabras y por el apoyo que me dio siempre. Qué pena no haber tenido un Pedro en mi vida años antes. Saludos.

  • Laila R

    Maravilloso artículo. Plantearse lo de vivir de escribir es algo muy serio. Como dices, hacen falta varias cosas y entre ellas está la energía, y también el tiempo.
    Pero me has sacado una sonrisa con el caso que comentas pues, es cierto, ser escritora no es tarea fácil. Y te lo dice una que ha escrito con el bebé dormido en brazos, en posturas poco ergonómicas, desde el móvil en la cama y en otras muchas circunstancias que conlleva el hecho de tener no uno, sino cuatro hijos.
    Un abrazo.

    • Isabel Veiga López

      Hola, guapa. Qué gusto me da verte por aquí.

      No, ser escritora no es fácil. Por eso, tener toda la información antes de tomar una decisión es primordial. Yo ya tengo la información y he decidido que quiero seguir adelante, pero a mi ritmo y con mis normas. Mi vida no es la que era hace cinco años -por suerte- ni hace diez -qué pena- y por eso he hecho un pequeño cambio en mis metas.

      Escribir con niños de por medio es un superpoder que tenemos 😅 Los míos ya son mayorcitos, pero siguen interrumpiendo, aunque menos.

  • Ana Escudero Portal

    ¡Hola, Isabel!
    Si no eres un escritor en fase anónima en la que no le cuentas a nadie que no escribes, parece mal visto no intentar vivir de lo que escribes. Pero la escritura es un arte de que se puede disfrutar sin tratar de vivir de él.
    Me ha encantado tu artículo tan sincero. Sigue disfrutando con las letras, que es la mejor forma de que salgan de forma natural.
    ¡Un abrazo!

    • Isabel Veiga López

      Muchas gracias, Ana. He estado pensando el por qué de este artículo, por qué he sentido la necesidad de escribirlo y he llegado a la conclusión de que ha sido, precisamente, por lo que tú comentas: parece que es obligatorio tener como meta vivir de escribir.

      Yo, que soy mucho de ir contra corriente, he querido expresar que ésa ya no es mi meta y que, por lo tanto, me tomo el asunto con más calma. Saludos y gracias por comentar.

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