Simpleza descriptiva

Aunque esta imagen es un cuadro, una lámina, una pintura, lo que sea, tiene esa movida que no me gusta de muchas fotos. La parte de arriba de la imagen está vacía, es oscuridad, como si nos importase el color de la pared. Sin embargo, nos faltan los pies de los dos personajes. Qué manía de cortar a la gente. Que, a ver, no es que los pies sean lo más importante, pero el calzado nos podría decir mucho de ellos.

A lo que voy. Así, de un primer vistazo, sé que no están en Bristol, Inglaterra.

La luz. Se supone -o yo me lo he imaginado así- que están bajo una farola. La luz se refleja en el pelo de ella. Eso no pasa en Bristol ni de coña. Las farolas aquí sirven para alumbrar la barriga de las águilas en sus altos vuelos, no para alumbrar las calles, que están siempre oscuras. Por eso creo que es en España, pero en algún barrio de las afueras, no en el centro, que está siempre bien iluminado.

Que también puede ser que estén en la puerta de su casa porque no quieren fumar dentro y el brillo del pelo sea por la luz de una ventana, pero de una ventana del primer piso, porque la luz viene de arriba -por las sombras, digo-. No lo sé.

El tema es que, en el centro bajo de la imagen, hay un hombre espigado a la izquierda y, a la derecha, una mujer que no está gorda, pero que tampoco está delgada. Está en su punto.

Ella sujeta un cigarro encendido con la mano izquierda, así que podría ser zurda, pero es que está dando fuego al hombre con la mano derecha, así que podría no ser zurda. No le está mirando a los ojos, sino al cigarro, que es donde se suele mirar cuando das fuego (que yo no lo sé, que lo he visto, me lo han contado, porque yo ni fumo ni llevo mechero) para no arriesgarse a quemar las cejas de la otra persona.

Puede que haga algo de brisa porque el tipo pone la mano izquierda para proteger la llama. La otra mano la tiene en el pantalón. No le he preguntado por qué.

Y, hablando del tiempo, me da la impresión de que es o un verano coruñés o un otoño sureño porque llevan ropa de «hace fresquete», pero sin pasarse. De hecho, aunque el chal blanco jaspeado de ella parece gordito con muchos flecos largos, es de esos que tienen agujeracos, que digo yo que pa’ qué, si deja pasar la rasca igualmente.

El vestido, aunque mono, de raso en un azul oscuro bonito y con un encaje negro en el escote, tampoco abriga, por eso creo que no hace mucho frío o que -aquí sí que sí- está en Bristol y no sabe abrigarse a juego con la temperatura, que eso pasa mucho y lo vemos siempre.

Por cierto, el escote está como de cualquier manera, no realza. Puede que no lleve sujetador. Puede que sea un camisón y que sí que esté fumando a la puerta de su casa porque se la suda lo que piensen los vecinos; también puede estar en el jardín y no los ve nadie. Si pudiese verle los pies y llevase zapatillas, pues ya sabría que sí que está en su casa, o en la casa de él. No lleva bolso. Otra pista para pensar que en una situación de andar por casa.

La ropa de él es normal, no destaca por nada. Una cazadora que, primero, pensé que podría ser de cuero marrón, pero que, al fijarme más, parece de tela. Debajo, lleva una camisa y puede que una chaqueta también. Es como ir arregla’o pero informal.

Me tiene pinta de que el tipo es alto, no de que ella es baja, pero quién sabe. Es una imagen, así que imaginación. El caso es que está un poco encorvado porque, aunque ella ha levantado la mano con un Zippo que parece plateado, no la ha levantado lo suficiente, que qué le costaba.

Él tiene el pelo cortado al uno y barba. ¿O la sombra hace que parezca que tiene barba? Ella tiene melena a la altura del hombro. El pelo es castaño y las puntas son cobrizas. No parece que vaya maquillada, no lleva un colgante, no veo si tiene las uñas pintadas.

Eso sí, los dos parecen tranquilos, sin prisa.


Isabel Veiga López

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Dos libros (Volver a entender, A Friend of Dorothy Again), dos marcapáginas, en la arena, al lado de una estrella de mar.

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