El comportamiento del personaje

El comportamiento del personaje

Después de desayunar, tu personaje guarda con mimosa gula su último trozo de bizcocho casero. No quiere terminarlo ahora con prisas; prefiere disfrutarlo cuando vuelva a casa, con tranquilidad, con tiempo para dar a los sabores la importancia que merecen.

Esa tarde, después de otro insoportable día en el trabajo, tu personaje pierde el autobús y tiene que esperar al siguiente bajo la lluvia. «No pasa nada; es viernes, por fin», piensa mientras se visualiza en la cocina con su bizcocho y una taza de café calentando sus manos.

Ya en casa, con ropa seca y el microondas en marcha, busca el bizcocho. No está donde debería estar, tampoco en los otros armaritos ni en la nevera. Entonces, ve el envoltorio en la basura. «Lo sabía. Tenía que haberlo escondido en mi habitación. ¿Por qué no lo escondí?». El sonido del microondas no hace que tu protagonista se mueva. Está valorando la situación, acordándose de toda la familia de la persona con la que convive ―la que se ha comido el bizcocho sabiendo q­ue no era suyo― y decidiendo qué hacer.   

­¿Cómo va a reaccionar tu personaje?

Para responder a esta pregunta, no sólo tienes que conocer muy bien a tu personaje, sino el contexto completo de ese conflicto. Sobre todo, el contexto. Si no conoces los diferentes elementos que lo forman, no puedes darme una respuesta porque hay demasiadas variables.

Un personaje agresivo puede reaccionar de manera pasiva. Un personaje tímido podría dar un puñetazo. ¿Por qué? Porque el comportamiento es algo controlable dependiendo de las circunstancias, de nuestras experiencias, de las personas que nos rodean, del lugar, del momento.

Déjame que te ponga otro ejemplo. Estás conduciendo y otro coche ―o moto― se salta un ceda y te hace frenar de golpe. Tocas el claxon, le gritas con la ventanilla bajada. Lo normal, ¿no? Es como un acto reflejo. Sin embargo, si esa misma situación sucede cuando estás perdido en las Tres Mil Viviendas por error, tu reacción no va a ser la misma. Ni claxon ni gritos porque sabes que te la juegas. Hemos cambiado un elemento, sólo uno, el escenario. El resultado es que has controlado tu comportamiento y no has reaccionado igual. Este ejemplo no se me ha ocurrido a mí; lo escuché hace ya muchos años durante una charla y no se me olvida.

La importancia de los pequeños conflictos

Las tramas necesitan un conflicto principal que, a su vez, necesita pequeños conflictos aquí y allá para dar más emoción a la historia y la hagan avanzar con sus altibajos. Un único conflicto puede funcionar en un relato, aunque incluso ahí cabe algún miniconflicto que nos muestre al personaje.

Y aquí es donde está la importancia de esos pequeños conflictos: nos ayudan a mostrar a los personajes. No sólo vemos cómo son, sino cómo se comportan y por qué. Los conflictos puntuales, los que aparecen una vez, dejan al descubierto los miedos, las ambiciones, los traumas, los deseos de los personajes. Los desnudan, los hacen transparentes.

No importa si el protagonista se comporta de manera natural o si manipula su comportamiento. En ambos casos, sabremos algo más de él en el momento apropiado. Para eso, por supuesto, el autor tiene que saber manejar esas situaciones para dar al lector la información justa y necesaria.

Volvamos al bizcocho

Hemos dejado a tu pobre personaje en la cocina y sin el último trozo de bizcocho casero que había guardado tan celosamente. Mientras decide cómo comportarse, voy a proponerte algunas opciones en dos casos diferentes, aunque hay muchos más. Mismo conflicto, diferentes situaciones.

Es importante tener en cuenta todos los elementos que he incluido, como perder el bus, esperar bajo la lluvia, «otro» día insoportable en el trabajo. No «un día», sino «otro día», lo que nos da a entender que el personaje llega a casa un viernes después de aguantar una horrible semana.

Un personaje agresivo

Tenemos a alguien con problemas para controlar su ira, su mal genio. Si tu personaje encaja aquí, puede que hayas pensado que su reacción será ir donde su compañero de piso y darle un puñetazo. Vale, tiene lógica. Pero ¿y si es una compañera de piso? ¿Y si tu protagonista es una mujer de 70 años? En la narración, no he mencionado el género de las dos personas ni su edad.

Si tu personaje tiene que ser agresivo, ¿qué tipo de agresividad va a usar? Puede ser violento físicamente, sólo verbalmente, tal vez despliegue una agresividad de niño mimado que patalea y grita. A pesar de todo esto, es posible que un personaje así no reaccione de manera violenta. Veamos variables que convierten un comportamiento agresivo en uno pasivo:

―El compañero de piso pertenece a una banda y el protagonista sabe que tiene armas y alguna muerte a sus espaldas. No va a decir nada o hará una pequeña mención, pero con actitud muy calmada, por si acaso.

―El/La protagonista asiste a terapia para controlar la ira y ve en esta situación una oportunidad para poner en práctica las estrategias aprendidas. Se queda unos minutos en la cocina, apretando los puños, respirando para calmarse antes de ir a hablar con el comebizcochos.

―Su compañero de piso es, además, su jefe. No puede permitirse perder este trabajo. Si esa situación de abuso sucede en casa y en el trabajo, tu personaje está en cocina aguantando su ira, pero planeando marcharse lejos. Es muy posible que no se vaya sin llevar a cabo una venganza.

―Está enamorada de su compañera de piso. Aprovechará el incidente para llamar a su puerta y poder hablar. Sobre todo, si es la primera vez que sucede algo así.

Tu personaje es introvertido

Nos vamos a uno de los extremos. En este caso, veamos cómo conseguir que nuestro personaje introvertido que huye de los enfrentamientos se comporte de una manera que sorprenda al lector, pero siguiendo una lógica, claro.

―Lleva meses soportando abusos del otro inquilino y de un compañero de trabajo. Lo del bizcocho ha sido la gota que colma el vaso. Llama a la puerta de la habitación y, por fin, se desahoga diciendo todo lo que había guardado durante tanto tiempo. Después, recoge sus cosas y se va para buscar otra casa.

―Llegó a esa casa para empezar una vida nueva, lejos del bullying del instituto y de los abusos de su primer trabajo. Se había prometido cambiar. Si es la primera vez que sucede lo del bizcocho, estará en la cocina unos minutos reuniendo valor para hablar con la otra persona; sólo hablar. Quiere dejar claro que no va a permitir que eso se repita. Si ha sucedido más veces, estará averiguando el nivel de enfado que debe mostrar y cómo mostrarlo. Va a gritar y dar algún golpe, aunque sea a la pared.

Podríamos seguir, pero lo dejamos aquí

Me atrevo a contarte todo esto del comportamiento basándome en mi experiencia profesional. En el apartado «Quién soy», te comento que trabajo como LSA (Learning Support Assistant), que es una maestra de apoyo para niños con necesidades especiales que está con el niño en el aula y en otros momentos del día escolar. Mi trabajo me permite observar diferentes comportamientos y cómo los niños son capaces de cambiarlos dependiendo de las circunstancias.

Cuando desarrollamos la personalidad y el carácter (no es lo mismo) del personaje, solemos planificar unos comportamientos que encajen, pero no siempre tenemos en cuenta el conflicto y las circunstancias que lo rodean y, por lo tanto, los cambios en ese comportamiento. Eso sí, debemos dejar claro al lector el por qué de esa reacción diferente. No tenemos que mostrarla antes o durante el conflicto; puede ser después, para dar un giro a la trama, para sorprender.

Para no alargar más este artículo, que siempre se me va la mano escribiendo y escribiendo, mejor hablamos de esas sorpresas en otro momento.


Isabel Veiga López

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Dos libros (Volver a entender, A Friend of Dorothy Again), dos marcapáginas, en la arena, al lado de una estrella de mar.

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